sábado, 28 de abril de 2018

Los libros de la Feria

Desde que vivo en Bogotá, intento ir a la feria del libro todos los años. Y cada año pienso lo mismo: en la siguiente ocasión visitaré el lugar entre semana y no se me ocurrirá volver un domingo. Ya tengo suficiente con correr de un pabellón a otro en medio de la lluvia -porque todos los años llueve-, pero en la siguiente ocasión me ahorraré el tener que recorrer todos los pabellones repletos de personas, que en la mayoría de los casos están buscando los best-sellers del momento y que no están dispuestas a permitir que pueda ver con calma los estantes y vitrinas para encontrar algunos libros que estoy buscando. Aunque reconozco que una parte de mi exasperación tiene que ver con mis evidentes rasgos neuróticos, la otra parte en verdad ocurre así: el domingo, la feria del libro está llena y es muy difícil caminar por el lugar y poder sentirse en calma. 

Pero bueno, en esta ocasión puedo decir que obtuve pequeñas gratificaciones: como se imaginará el lector de este texto, la visité de nuevo un domingo. Tomé algunas precauciones; visité la feria desde las horas de la mañana, ubiqué algunos pabellones y editoriales que quería encontrar antes de iniciar mi recorrido e imaginé por dónde podría encontrarme con algunos amigos libreros que en todo caso, estarían dispuestos a ayudarme a ubicar mejor mis búsquedas. Y creo que en esta ocasión todo salió mejor. Dentro de mis momentos inesperados de la feria, puedo decir que una vendedora me ayudó a encontrar un ejemplar de un libro de Pedro Mairal, un autor argentino que no se consigue fácil en Bogotá, cuando ya estaba lista para darme por vencida -y seguramente visitar alguna librería en donde posiblemente pudieran encargarlo a la editorial-. Pues no. Ella lo buscó y me entregó el ejemplar. Y eso que se trataba del último intento que haría por encontrarlo allí -y sin ninguna esperanza, y más bien movida por la insistencia de mi hermana-.

Y es gracias a que me siento feliz de haber vuelto a la feria este año -porque también he pensado muchas veces que no volveré nunca; suelo visitar librerías, y no es que considere que la feria me permitirá acceder a algunos títulos que no puedo encontrar en ellas-, que quiero escribir sobre otras experiencias buenas que tuve este año allí: 

  • al fin encontraron los organizadores, un mejor lugar para las editoriales independientes. Muchos de los títulos que adquirí en la feria, los encontré en el espacio que dispusieron para las editoriales independientes: suelo visitar La Silueta y comprar el último libro que tengan de Powerpaola; en Laguna Libros compré títulos de Juan José Saer y Manuel Puig; en Gato malo terminé comprando a Ema y Juan; y ahí mismo conseguí un libro de Rafael Barrett que edita Animal Extinto. El libro de Horacio Benavides lo conseguí en Frailejón. Aplausos todos para las editoriales independientes, me parece que están asumiendo verdaderos riesgos con los autores y títulos que están presentando al público en primeras ediciones y reediciones ahora asumidas por ustedes. 
  • Acantilado, Anagrama y las posibilidades que presentan en sus títulos y colecciones para que más personas puedan acercarse a los libros: Andaba detrás de un libro de Teju Cole -ahí lo encontré- y otro de Richard Ford -que también lo tenían-. Pero además, las personas pueden encontrar literatura de muchos géneros, con algunas buenas promociones. 
  • Editorial Impedimenta: un lujo sus libros, las ediciones, las buenas traducciones y gracias por traducir del rumano al español a Cartarescu. Conseguí los títulos que me faltaban de uno de mis autores favoritos. 
Y bueno, ahí estaré el año entrante de nuevo. Seguro. 
Verano 1993

Fotograma de la Película: Frida y Ana jugando.

El fin de semana pasado fui a ver junto con mi hermana, la película Verano 1993. Nos encontramos con un fragmento de la vida de Frida, una niña de 6 años, que abandona el apartamento en el que ha vivido hasta ahora, en una ciudad, y se va a vivir a la zona rural con su tío, la esposa de este y su pequeña hija Ana. Lo intenso de la película se encuentra en que la narración de esta nueva vida - a los seis años, sin sus padres, y ahora con una pequeña Ana que insiste en contar a las personas con que se encuentra, que ahora tiene una hermana-, es que será contada desde los ojos de Frida. Con la ciudad que se abandona, la niña deja también la compañía permanente de sus abuelos maternos y sus tías para iniciar una vida en el campo, bajo los cuidados de un hombre amoroso, una pequeña que rápidamente la acepta en su vida, le dice que la quiere y está dispuesta a seguir todos los desafíos que Frida le proponga; y sobre todo con una mujer a la que llamará su "nueva mamá": Marga, la joven esposa de su tío, que de ahora en adelante se encargará de acompañar a la niña, de cuidarla e incluso de resistir si rendirse a permanecer a su lado. Y esta es precisamente la relación que más me conmovió a lo largo de toda la película. 

Frida recuerda a su "madre de antes". A pesar de no hablar mucho de ella sino hasta el final de la película, nos presenta la relación que las dos alcanzaron a tener: intenta vestirse como la madre, maquillarse como ella, e incluso recrear la relación que tenían, ahora convirtiendo a Ana en la hija que desea jugar con la madre -pero que recibe una negativa porque está cansada-, que atiende a la madre con la esperanza de la promesa del tiempo juntas -y que Frida recrea en las respuestas de una madre que no siente ánimo para jugar, que solicita de su hija cuidados que ella no puede dar-. Y se resiste a olvidarla en la rabia que expresa hacia Marga cuando ella quiere peinarla, pedirle que amarre sus zapatos, preguntarle por el paradero de Ana; cuando Marga intenta muchas veces que Frida se sienta a gusto con ellos y solo consigue que, con la visita de los abuelos, la niña quiera salir corriendo del lugar. 

Pero las dos se resisten a resignarse la una con la otra,  y poco a poco vamos entendiendo que Frida necesita a Marga viva: que se enfrente a ella, pero que también sea lo suficientemente contenedora como para acunarla cuando no puede dormir; que le demande que cuide de ella y de Ana, pero que también sonría y pueda jugar con ella. Y que sin insistir y sin presionarlo, esté lista para escuchar cuando Frida pueda preguntar por la forma en cómo ocurrió la muerte de su madre. Y si Frida llora sin saber por qué, que también entienda en silencio. Que le diga que estará presente, y que por ahora no tiene planes de morirse.