domingo, 18 de marzo de 2018

El Proyecto Florida

Bobby y Moonae en la película

Parece un documental al inicio, pero no lo es. Tal vez "parece" porque su Director Sean Baker logra que ingresemos a la vida de los personajes de "The Florida Project", casi como si estuviéramos viviendo en una de las habitaciones de este hotel color lavanda, que administra el único personaje capaz de acompañar y cuidar de manera muy sigilosa a cada uno de sus habitantes: Bobby -Willem Defoe-. Él cobra el arriendo, pinta el lugar, realiza los arreglos eléctricos, camina por los diferentes pisos del lugar, vigila cuidadosamente las noches mientras fuma un cigarrillo, protege a los niños de extraños que ingresan al lugar -y a quienes expulsa, porque siente que todos los habitantes del hotel y su bienestar están a su cargo, en cierta forma dependen de él-, y quien además es testigo de la vida de Moonae -una niña de seis años que juega con sus amigos por el lugar-, y su joven madre. Cuando el espectador ve la película y sigue los pasos de los niños jugando en lugares aledaños al hotel o en el edificio de varios pisos, tiene la sensación que, mientras Bobby esté presente, todos podrán sentirse resguardados. Y es así, en la medida en que él pueda contenerlos en este edificio que parece luminoso, que les permite permanecer allí, dormir, salvaguardarse del desastre. 

Y es que esta película nos recuerda la verdad acerca del Proyecto de ensueño: de la Florida del parque de diversiones que se sitúa a algunos metros de este hotel lavanda; del parque de sueños mágicos de Orlando en el que todos podemos tomarnos fotos y pagar costosas entradas por juguetes, espectáculos, por vacaciones de recién casados, por el cumplimiento de un sueño infantil al que queremos volver una y otra vez. Pero su contracara es precisamente este hotel lavanda: es el conjunto de casas vacías en el que nadie quiere vivir porque fue un expendio de drogas en algún momento, es la madre que trabaja en un restaurante y que guarda las sobras de los alimentos del día del establecimiento para entregarlos en bolsas a los niños y sus familias; es la madre que ingresa -tratando de pasar desapercibida-,  al hotel lujoso cercano a vender perfumes a los turistas que pueden pagar; es la supervivencia del día a día para lograr juntar el dinero que cuesta pasar una semana más en este hotel. Aunque sea engañando a los clientes que comprarán brazaletes y entradas caras para su esposa y sus hijos al parque de Orlando. Ellos -los que irán al parque-, tampoco son las mejores personas de la historia. Nadie tiene derecho a juzgar. 

Al final, solo queda correr: quedarse sin palabras porque no se puede explicar lo que está pasando, o tomar de la mano a alguien confiable para esconderse en el castillo de ensueño del parque; aunque sea por un instante. 

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