domingo, 28 de octubre de 2018

Glenn Close como "La Esposa"
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Fotograma de la película "La Esposa"

Björn Runge dirige a Glenn Close en la película "La Esposa" (2017).  En la cinta, ella es Joan Castleman, una mujer que comparte su vida hace más de cuatro décadas con Joe Castleman, un escritor americano que gracias a su trabajo sostenido y creativo en la literatura, recibe el premio Nobel. Su familia, además de la pareja, está conformada por un hijo que también escribe literatura -al parecer ya tiene algunos cuentos cortos-, y por una hija que en el tiempo en el que transcurre la película, tendrá su primer hijo. Todo inicia la noche anterior a la recepción de la llamada desde Estocolmo: la pareja de Joan y Joe experimenta un momento de mucha ansiedad; están preparados para recibir la llamada con el anuncio, pero si esta no ocurre -por lo menos como lo dice Joe-, todo continuará como siempre ha transcurrido en sus vidas. ¿Pero cómo transcurren sus vidas? La llamada ocurre: Joe Castleman es el nuevo premio Nobel de Literatura. 

Es entonces el rostro de Glenn Close el que nos anuncia que en todo caso, esta historia no es la historia de un escritor encerrado muchas horas, persiguiendo las frases y rompiendo las palabras para que estas digan lo que él está buscando expresar. En todo caso, esta historia no es la verdadera. La versión que se presenta en el viaje a Estocolmo y a todos los hombres -en su mayoría, no hay muchas mujeres por estos escenarios- que se involucran con el escritor y el anunciado premio, es la de un hombre dedicado a su oficio por muchos años, acompañado por una mujer que, siempre a su lado -porque ella no escribe-,  ha permitido que este se sienta acompañado y ha creado un ambiente para que este sea capaz de producir su obra de creación. Así lo comunica ante todos la noche de la velada de la entrega de premios. También hace otras cosas: coquetea con una joven fotógrafa, hace algunos chistes -todos malos y flojos-, desprecia la obra de creación del hijo y se jacta ante los demás de sus capacidades literarias -que entre otras cosas, son aseguradas por el premio-. Pero es el rostro de Glenn Close el que nos comunica que todo lo que está pasando en el transcurso de esos días es una farsa, una parodia que, a los ojos de ella, no da risa: es más bien insoportable, insufrible por un  tiempo más.  

Ella se encuentra perpleja; por momentos preocupada; al fin, furiosa: ¿pero furiosa con quién? creo que con ella. En el pasado dependió de un hombre para sentirse segura, creyó en el amor como continente tranquilo para resguardar las propias ansiedades; y no solo eso; entregó su propia capacidad, su propia potencia creativa al servicio de un otro que supo adueñarse de esta hasta el punto en que ni siquiera, y por palabras de ella, semejante entrega fuera únicamente su decisión: "es nuestro acuerdo", "es nuestro secreto", "no somos malas personas", repite Joe Castleman una y otra  vez. Yo fui la que al final, salí de la película brava: preguntándome incluso por mí y cierto lugar de abnegación, cierto sometimiento que considero que a veces permito sobre mis propias capacidades, cierto lugar cómodo al que acudo cuando me siento ansiosa y quiero simplemente resguardarme, olvidando yo misma aquello que considero más importante para tomar el primer suspiro todas las mañanas y ponerme de pie un día más.  

domingo, 21 de octubre de 2018

Los encuentros y los tatuajes falsosResultado de imagen para los tatuajes falsos pelicula
Fotograma de "Los tatuajes Falsos"

 Es Theo quien tiene tatuajes falsos en la película: lo vemos en un concierto de punk rock, eufórico, y luego haciendo fila en una cafetería para comprar algo de tomar. No tiene ninguna intención de relacionarse con nadie; se ve solo, pero sin ansias de mostrarle a nadie el deseo de contacto.  Es Meg quien, al quedarse mirando el brazo de Theo en la fila de la cafetería, descubre el engaño de tatuaje que él se ha dibujado en el brazo. Y es ella quien decide hablar del concierto en el que estaban cada uno por su lado, es ella quien después no para de hablar y hablar, y es ella quien se lo lleva para su casa hasta el otro día. De la primera persona de la que nos enteramos con más detalles en "los tatuajes falsos" (2017) es precisamente de Meg: toca guitarra, vive con su madre y una hermana, no parece tener muchos planes claros acerca de su vida, y tiende a usar bóxers masculinos por debajo de los jeans porque se siente más cómoda. Y es entonces cuando Theo va soltándose, se muestra ante ella cada vez más auténtico y ya no teme esconderse detrás de tatuajes-impostores de lo que es. Theo y Meg no podrán estar juntos más allá de las vacaciones de verano, pero el tiempo que comparten es suficiente para que cada uno sea capaz de encontrar la propia música que quiere tocar consigo mismo.  Tampoco habrá promesas falsas de encuentro ni planes definitivos de la vida juntos. Pero es que cada momento del tiempo compartido fue capaz de dejar ahora marcas verdaderas. 

Vi esta película hace algunos meses y me quedé pensando en ella por un tiempo. Pero hace un par de semanas finalmente leí "La soledad de los números primos" (2008) de Paolo Giordano y no puedo dejar de conectar la película y el libro de muchas formas. Se trata de la historia de Mattia y Alice, dos personas que se conocen desde la niñez y que la vida los cruza en diferentes momentos, pero que no terminarán la historia juntos. No es por falta de amor o tiempo para las coincidencias -que existen durante todo el libro-, es porque no pueden reconocerse el uno en el otro con el paso del tiempo. No pueden ver en cada uno de ellos aquello que existió -por lo menos no en la cercanía de los cuerpos-. La dificultad de ella para caminar y su delgadez persiste, pero algo cambió; el cuerpo grueso de él y su distancia afectiva también está presente, pero algo ya se perdió. 

Y es entonces cuando creo que descubro para mí, qué fue lo que más me gustó de "Los tatuajes falsos": es un tiempo, un momento de las circunstancias vitales en el que dos seres humanos coinciden y ya. No tienen que volver a reencontrarse, no tienen que pasar por las separaciones y los nuevos momentos que nos brinda el tiempo para saber si aun importa, si aun el encuentro tiene sentido. No tienen que plantear un juego del tiempo, ni dejar un momento de más pendiente "para más adelante". La vida juntos se vive y ya, sin que estemos pensando que el tiempo extra nos va a rellenar de experiencias que valen la pena el tiempo que nos perdimos. Así que puedo decir que al ver los Tatuajes Falsos, el libro de Giordano no me defraudó: no se trata de "esperemos a ver qué pasa más adelante". Este es el momento en que nos podemos encontrar. No vale la pena ni siquiera preguntarnos si existirá otro. Por eso Theo y Meg se han vuelto mis favoritos. 
La sonrisa de Harry Dean Stanton

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Fotograma de "Lucky"(2017) 

Esta película es uno de los últimos trabajos de Harry Dean Stanton, actor más reconocido por su actuación como Travis en "Paris, Texas", de Win Wenders. En esta película, ahora es dirigido por John Carroll Lynch en un papel que no se me ocurre que pudiera interpretar alguien diferente: el paisaje nos recuerda al lugar en el que Travis deambulaba sin memoria, ese lugar árido y abierto que pareciera no tener ningún tipo de recorrido delimitado como para inspirar un principio y un fin. Travis abandonó a su esposa y a su hijo: la imposibilidad de comunicarse con el otro marcaron su destino y lo perdieron en su propia memoria. Tan solo algunos objetos y las fotografías de un pasado perdido para siempre, le servían de brújula para intentar encontrar un camino abandonado e imposible de restaurar. 

Ahora es diferente: Harry Dean Stanton en el papel de Lucky, no es el hombre joven perdido; es un hombre mayor de noventa años que camina con decisión todos los días de su vida, como parte de su rutina, vigilando aquellos lugares y personas que marcan cada día el ritmo de la única existencia que hay. Lucky se levanta cada mañana y hace sus ejercicios de yoga -siempre los mismos, en el mismo ritmo y en un mismo número-, toma un vaso de leche, se arregla y visita a las primeras personas de su recorrido: toma un café y llena el crucigrama del día. Retorna a su casa a ver programas de concurso, no sin antes haber visitado a la mujer latina de la tienda de alimentos a quien compra la leche. Por la noche y como si los viejos amigos nunca perdieran el contacto, Harry Dean Stanton se encuentra en un bar con David Lynch -un amigo de siempre- y con otros. Conversaciones sobre el encuentro de una pareja, los días que pasan y una tortuga de más de 100 años que ha seguido su propio camino abandonando su casa y a su confidente definitivamente, son algunos de los temas que comparten entre todos. Porque de eso se trata la vida, como dirá Lucky más adelante: propiciar conversaciones largas y llenas de sentido, "porque algo tan incómodo como un silencio, es una conversación corta". Tampoco nos engañemos: no se trata de una persona nostálgica ni sola -porque vive consigo mismo en su casa de siempre-; como Lucky mismo lo señala, hay una diferencia entre estar solo y ser solitario. y él es un solitario que, aunque siente pánico de la muerte y se siente frágil ahora, asume sus días sin cambiar de rumbo, sin quedarse en una esquina de su cama sentado, esperando lo que está por venir y que parece anunciarse a partir de una caída. 

Y es entonces cuando surge la sonrisa de Harry Dean Stanton: la primera, dedicada a sus amigos de siempre, ya cuando somos capaces de afrontar la propia finitud y entender que lo único que queda es sonreír. Y aquella que nos dedica al final a los espectadores: cuando entendemos que un día más le espera en la vida a Lucky y que, capaz de observar con más detenimiento el paisaje árido con los cactus inmensos que observa una y otra vez, de repente nos mira a nosotros y nos dedica su última sonrisa. No queda más que sonreír, a pesar de que todos ya sabemos cuál es el desenlace. 

domingo, 15 de julio de 2018

Una bella luz Interior

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Juliette Binoche como Isabelle en la película. 

La Directora de cine Claire Denise nos presenta ahora Una bella luz interior con Juliette Binoche en el papel de Isabelle, una mujer artista, madre de una hija de 10 años y separada recientemente, que en sus cincuenta años desea encontrar nuevamente el amor al lado de un hombre. Isabelle trabaja en su estudio en obras de gran formato, frecuenta en cafés a algunos amigos, visita exposiciones, y su obra se encuentra presente en algunas galerías: sabemos que ha alcanzado reconocimiento por su trabajo; ahora ha encontrado una representante que expondrá aun más sus obras y pertenece a algunos círculos de artistas con quienes viaja y sale algunas noches. Se siente satisfecha con casi todo lo que pasa con su vida: aunque disfruta lo que hace, anhela encontrar a un hombre con quien sentirse acompañada. La película se va a centrar en esta búsqueda, que Isabelle entiende como fundamental, como perentoria; ella desea encontrar el amor -enamorarse y que se enamoren de ella-, sentir a alguien a su lado, que se queden con ella. 
Las búsquedas que la película nos permite conocer durante el fragmento de su vida del que seremos espectadores y que a primera vista son muy variadas, inician con un hombre banquero, casado, prepotente, que tiende a humillar a las personas que lo atienden o le sirven: se preocupa por los encuentros sexuales con Isabelle, y compite imaginariamente con la pareja anterior de ella, a la hora de que la amante consiga un orgasmo. Tarde o temprano intentará humillarla, para luego acudir a su sentimiento de tristeza para recuperarla. El siguiente hombre es un actor de teatro, ambivalente en sus sentimientos hacia Isabelle, que parece que secretamente ha tomado la decisión de separarse -aunque su esposa aun no se entere-. Después de estar sexualmente con la amante, le expresa a ella que se siente confundido y que hubiera preferido que entre los dos este tipo de intimidad nunca hubiera tenido lugar. Debe llevar una pizza a su familia -porque primero es la familia-, tal y como lo prometió. Ella se siente enamorada; él no sabe -y tampoco puede poner en palabras mucho-. El intento de retorno con el ex-esposo trae un gran desencuentro sexual al sentirlo fabricado, poco natural, con la sensación de estar ante un amante irreconocible -pero que aun no se decide a entregarle a ella las llaves del apartamento en el que antes convivían: la mitad del lugar le pertenece, como ella sabe-. Una fiesta de artistas y galeristas, alguna noche, le permite coincidir bailando con un hombre desconocido, que no pertenece a la escena artística, que no tiene ninguna formación creativa. Aunque dice amarla rápidamente -llevan algunas semanas saliendo-, es Isabelle quien tiene ahora dudas: ¿Qué quiere él de ella? ¿Podrá hacer parte de su medio?. Cualquier noche, caminando con uno de los críticos de arte que conoce y en un impulso, lo toma de la mano: es él quien le dice que si las cosas entre los dos ocurrirán, seguramente algún encuentro ocurra después de que él llegue de nuevo de las vacaciones de un mes que tiene planeadas con sus hijos. 
¿Cuál es la necesidad de enamorarnos? ¿Es tan necesario? ¿El problema es la búsqueda perentoria, que nos lleva a elegir de forma equivocada? ¿No hay otro camino para la soledad que el amor a alguien más, que permanezca a nuestro lado? 
Al parecer, un hombre mayor-médium, que acaba de romper con su pareja -y que él no pudo predecir- será quien brinde los siguientes consejos en el amor para Isabelle: las mismas palabras de siempre, los mismos consejos errados, la misma palabrería de siempre. 


Adiós, Entusiasmo

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Fotograma de la película

Adiós, entusiasmo es una película de cine colombiana y argentina, dirigida por Vladimir Durán -quien además aparecerá en la película en el papel de Bruno-. Lo primero que debe tener en cuenta el espectador de la cinta es que la película le transmite -gracias a las tomas, al color y a la iluminación que utiliza-, un ambiente sofocante, de encierro y por momentos persecutorio: el asunto es que la persona que al parecer es el eje central de estas sensaciones en la película, se encuentra encerrada en una sección de la casa; sabemos que allí se encuentra, detrás de una puerta blanca cerrada con candado, y que las demás personas se pueden comunicar con ella acercándose a la puerta o a través de una ventanilla alta que se encuentra en un baño contiguo. 
Nadie la puede ver. Es una mujer. Nos enteraremos también que es la madre de cuatro hijos que conviven entre ellos en la misma casa y que han naturalizado de tal forma su existencia detrás de la puerta, que algunos se acercan a contarle fragmentos de sus días, el hijo menor juega a producir sonidos con ella acurrucado en el piso y pegado a la puerta, algunas de las hijas saben que la madre se encuentra allí, y con esta información pasan sus días, sin buscar ni intentar ningún tipo de comunicación. ¿Qué hace la mujer encerrada allí? ¿por qué lo decidió? ¿ella lo decidió? Al parecer no es del todo su decisión, puesto que podemos ver que hay un candado en la puerta que está cerrado por fuera de la habitación y, por alguna conversación en la película, nos enteramos que el encierro es el producto de un acuerdo que tiene la madre con sus demás hijos. Pero, ¿por qué?  
De la vida de sus hijos, nos enteramos por algunas conversaciones y algunas escenas: una de sus hijas mayores pasa la mayoría del tiempo afuera de la casa y se comporta casi como si fuera una extranjera que tan solo visita aquel lugar. La otra hija mayor acude a una especie de centro de asistencia, en el que le ayudan a conectarse con la pronunciación de palabras, de frases cortas: escucha un pitido incansable en algunos momentos, lo que la lleva a encerrarse y cortar la comunicación con los demás. Los dos hijos menores se encuentran más unidos: una hija intenta cuidar de su hermano menor ayudándole a interpretar un fragmento de una canción en otro idioma -¿será el idioma original de la madre?-. Y el hijo menor, que por momentos ocupa el lugar de traductor visual-emocional-en palabras de todo lo que ocurre en la casa, intenta entender y entenderse: crea sus propias criaturas-habitantes de su casa interna y externa a partir de material-arcilla. 
Y es entonces cuando llega la celebración del cumpleaños de la madre y los habitantes de la casa deciden adecuar el lugar para que la madre vea el espectáculo que tienen preparado, a través de un pequeño agujero en la puerta. Cerca al baño y a la puerta se disponen las mesas y un pequeño escenario para la actuación. Bajan más las luces, se hace de noche e interviene en la celebración una tía de los hijos -hermana de la madre encerrada-, quien creará un nuevo espacio en el lugar para un "trabajo" terapéutico dirigido a estos hijos. 
Y entonces entendemos la fuerza de los pactos familiares, los acuerdos conscientes e inconscientes que tenemos -por más bizarros que parezcan-, y en últimas, el intento por mantenernos todos a flote, a pesar de que las formas sean -para un espectador externo-, las más extrañas de todas.  
Nadie nos mira

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El actor Guillermo Pfening, como Nicolás en la película. 

Está en cartelera Nadie Nos Mira, película dirigida por Julia Solomonoff, directora de cine argentina. La película se centra en la vida de Nico en Nueva York: se trata de un actor de cine argentino que ha alcanzado la fama en su país gracias a la interpretación de un personaje en una serie de televisión que se ha hecho famosa y que ahora inicia una siguiente temporada. En la serie de televisión, su personaje se encuentra en coma; las vicisitudes que tendrá su papel en la serie aun están por determinarse. ¿Por qué Nico ha decidido trasladarse a Nueva York, pudiendo quedarse en su país, territorio en el que es reconocido? 
Al principio, nos vamos a convencer de las posibilidades de Nico de tener un papel protagónico en la siguiente película de un director Mexicano que lo quiere en la actuación principal y que se encuentra negociando el inicio del rodaje, precisamente en Nueva York. Así que Nico espera el llamado del director y mientras tanto busca la manera de sobrevivir en esta ciudad: es el niñero del bebé de una amiga argentina, ahora radicada en Estados Unidos y quien convive con un hombre francés. Pasea con el bebé por la ciudad, los supermercados y los parques con algunos juegos para niños -en los que termina entablando algunas conversaciones con otras mujeres, todas latinas, que pasean a los niños que cuidan de otras familias en la gran ciudad-, por las noches trabaja en un bar como mesero, alquila el sofá del apartamento de una mujer para pasar allí algunas noches, y colabora con la búsqueda de arrendatarios nuevos para pequeños apartamentos. 
Busca oportunidades como actor, pero estas se encuentran sujetas al encuentro de conexiones, a los favores que otras personas puedan hacerle, en la medida en que Nico sea capaz de transformarse en una otra persona: debe cambiar el color del pelo -porque nadie quiere actores latinos rubios, así que deberá tenerlo oscuro-, por otro lado tendrá que corregir su acento inglés-latino -por un módico precio de 200 dólares la hora con alguna profesora experta-, y estar disponible para el llamado de  una mujer productora poderosa, en el momento en que ella así lo requiera. 
¿Por qué no se devuelve a Argentina ya? Nico no necesita estar en Nueva York, y a pesar de que tiene que vivir tiempos pesados, no se victimiza y más bien aguanta y tolera, porque dice querer estar en esta ciudad. 
La llamada de Martín aparece muy rápido en la película: él  -el productor de la serie de televisión- lo quiere de vuelta para la siguiente temporada. Y es entonces cuando entendemos que Nico se encuentra precisamente resistiendo, para huir de él. La relación que han tenido los dos lo ha dejado en coma, y Nico está seguro que no será Martín quien lo saque de este estado. 
Nadie los mira: podrían retomar lo que dejaron en suspenso en Argentina. Pero no parece ser del todo lo que Nicolas quiere de vuelta. 
Película magnífica; ojalá viéramos más cintas como estas en nuestro país. 

     Afterimage  
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Fotograma de la película con el actor Boguslaw Linda.

Afterimage es la última película del director de cine polaco Andrzej Wajda, y fue recientemente proyectada en algunas salas de cine del país. Se centra en narrar y seguir los últimos meses de vida del artista Wladyslaw Strzeminski: él, quien debe lidiar con sus limitaciones físicas, también debe afrontar la entrada del nuevo gobierno -y con este, la demanda hecha desde la ideología al arte: debe ahora ponerse al servicio de las ideas políticas, para recordarle al pueblo los nuevos ideales -materialistas, realistas- que deben regir la vida de todo el colectivo. 

En una de las escenas iniciales, el artista inicia una obra: se ubica en el espacio central, pequeño, del apartamento en que trabaja; está en el piso, apoyando su cuerpo sobre un cojín y buscando la gravedad de su propia estructura física para poder encontrar el ángulo desde el cual puede comenzar a trabajar el lienzo. Sus instrumentos están cerca, toma el pincel, y una gran sombra oscurece totalmente el lugar. Él, se arrastra hasta la ventaja y de un tajo certero, consigue la luz después de rajar la tela que cae sobre su ventana. Es una otra-tela que no guarda ninguna relación con su obra: es la cara de la nueva ideología  cayendo sobre su capacidad creativa y sobre su libertad. Es el peso de las ideas rígidas que ensombrecen la vida de todos, que hurtan el deseo y el trabajo sobre los propios contenidos. ¿Cómo conseguir mantenerse coherente ahora? Su teoría de la Visión aun no ha sido escrita para las nuevas generaciones, y su legado, tanto en las clases de arte como en el instituto que él mismo fundó, serán escondidas, silenciadas, archivadas. La sala de arte de vanguardia dedicada a su obra y al trabajo escultórico de Katarzyna Kobro -quien fuera su esposa y la madre de su hija-, es ocultada a los ojos de todos: la sala es desmontada y pintada totalmente de blanco. 

En adelante, la película se centra en todas las pruebas de despojo que debe padecer Strzeminski por su obstinación de no obedecer a la nueva ideología: se cancela su identificación como artista -por lo que ya no puede acceder a los materiales para continuar trabajando-, a los talonarios para la alimentación -porque no trabaja-, a las condiciones mínimas de vida para hacerse cargo de su hija -por lo que esta resolverá retornar a un hogar de niñas-. Sus amigos más cercanos no pueden proveerle de mejores condiciones de vida y aquellos con los que cuenta, tan solo pueden prometerle que esconderán y resguardarán sus obras. Strzeminski se mantiene en pie haciendo uso de un par de muletas viejas, deambulando de un lugar a otros por las calles en la búsqueda de trabajo, de alimento, de materiales. E incluso, en uno de los tantos gestos poéticos de la película, el artista le reclama, precisamente al arte, que lo acompañe hasta el extremo: hasta la tumba de Katarzyna, para dejar allí un ramo de flores azules -manchadas de azul por el artista, con un poco del material que aun tiene en su casa-, porque era el color que ella prefería.  

Lo poético en esta película, inicia precisamente con que se trata del último legado de Wajda al cine: se trata de una fotografía de los últimos meses en la vida de un artista de vanguardia -Strzeminski-, que decide mantener la coherencia y la dignidad como armas fundamentales para cuidar su legado artístico. Pero también se trata de la coherencia y la dignidad del director de cine Wajda: dejar un último testimonio de trabajo fílmico para nuestra memoria, para la reflexión acerca del sentido de esta vida. 


sábado, 16 de junio de 2018

El odio y las palabras

Fotograma de la película "El Insulto"

El Insulto, es una película libanesa que recientemente compitió en los premios Óscar por la estatuilla a mejor película extranjera en habla no inglesa. En mi país, lleva varias semanas en cartelera, y a mi modo de ver, ojalá más personas lográramos ir a verla, justo ahora, en tiempos de elecciones presidenciales en Colombia. Dos hombres inician un enfrentamiento por una tubería de uno de los dos, en un barrio de edificios y casas. Uno de ellos insulta al otro; el que se siente irrespetado, solicita una disculpa. Pero detrás de este choque entre dos seres humanos, lo que va surgiendo poco a poco es la administración del odio que otros -terceros, con múltiples intereses que traspasan la humanidad y la dignidad de los dos hombres-, explotarán y gestionarán toda una máquina inmensa que poco a poco los alejará de lo íntimo de su enfrentamiento, y desdibujará la posibilidad de arreglar lo que inicialmente pasó. Porque en el transcurso de la película, veremos entre los dos hombres cierta cercanía, una forma de mirarse incluso que delata un gesto de compasión entre uno y otro, que entra a ser negada, incluso borrada, por todas aquellas personas que decidieron gestionar esta pelea que deja de pertenecerles. 

Uno de los hombres, mayor que el otro, refugiado, intenta ganarse la vida con un trabajo en construcción, en el que se ha destacado por ser metódico y cuidadoso, en extremo responsable cuando se trata de escoger el bien para el colectivo. Insobornable frente a la elección del bien común, intransigente con el dueño de los medios de producción y sus malas elecciones. Un hombre que trasmite más con la mirada y con el cuerpo, que con las palabras -que en ocasiones se niega a repetir, por hirientes, por indignas-. También es explosivo, sabe que se contiene. El otro hombre, más joven, trabaja en un taller de carros de su propiedad rodeado de algunos amigos; su esposa pronto tendrá un bebé y es un fiel seguidor de las actividades públicas de su partido político. Como el primer hombre, es impulsivo, cercano a los suyos, cuidadoso con su padre -un hombre ya mayor, sensible y razonable-, cuidadoso con su trabajo y conocedor de su oficio. 

El insulto los lleva a los juzgados, los enfrenta más, involucra abogados, medios de comunicación y el odio se torna creciente entre los grupos humanos que los respaldan: entre ellos, en pequeños encuentros y gestos privados, se ayudan con el carro varado, se acompañan con la mirada en medio de la pelea, comprenden el sufrimiento de cada uno y sinceramente, lamentan el dolor del otro.  Se dan lecciones mutuas en la noche, cuando nadie los ve: encuentran en los actos de cada uno, el respaldo de las palabras iniciales que los detonaron. Sienten compasión. 

¿Cómo salir de la pelea? Mandando lejos a todos los demás que invaden en cada momento el espacio de nuestras emociones y pasiones: quedándonos a solas, pensando, intentando comprender lo que sentimos, y entonces, poniéndole la cara solamente a la otra persona involucrada. Lo demás es un teatro sin sentido. 
Chief en una Isla con otros perros

Uno de los personajes de "Isla de Perros"

La última película de Wes Anderson es acerca de la desaparición de todos los perros de la ciudad de Megasaki City porque, gracias a que padecen de la gripe canina, su alcalde -contando con el apoyo de los habitantes de la ciudad, ahora fervientes adoradores de los gatos-, ha decidido exiliarlos a una isla de basura. Es hasta allí que llega Atari Kobayashi, un adolescente de 12 años, huérfano y que convive con el alcalde, en busca de Spots, su perro. Anderson crea todo un territorio de perros, en donde el único extranjero es Atari: todos los animales hablan el mismo idioma y se entienden entre ellos -incluso un búho es capaz de resonar todo el tiempo con los perros-; es el lenguaje del adolescente el que ninguno de ellos puede comprender. Esto no impide que un grupo de perros decida cuidar de él en la isla y asumir desde el principio, que lo acompañará en la búsqueda de Spots -después de todo, ellos han tenido en su vida amos humanos, lo que hace que puedan entender ciertas claves de su comportamiento para con ellos-, lo rodearán y lo harán parte de toda la aventura. Y es precisamente, en compañía de un grupo de adolescentes, que una camada de perros logrará de nuevo ocupar su lugar entre los humanos, en la ciudad que siempre fue su casa hasta la expulsión. Ya sabemos de lo que los adolescentes son capaces de lograr, cuando se agrupan por algo que importa. Y bueno, Anderson, que ya nos había regalado a Mr Fox, hace un retrato entrañable de esta amistad entre las mascotas y las personas. 

Pero no fue esto lo que más me gustó de Isla de Perros. Lo mejor de toda la película fue Chief: un perro recorrido, callejero, acostumbrado a vivir sin amos -porque no recuerda haberlos tenido-, y que no se quiere doblegar a las solicitudes y adiestramientos planteados por Atari. Él muerde, y no sabe por qué: lo advierte desde el inicio. Pero además está sucio, tiene cierta mirada desquiciada y aunque se puede mantener en la periferia del grupo cuando todos parecen muy felices de encontrar de nuevo a un "amo"; cuida a sus amigos, los vigila, los sigue. Pero desde cierta distancia. Y también tiene cierto recelo con Atari: busca abandonarlo, no se doblega a sus órdenes, incluso pareciera poder leer las intenciones de este y de qué forma hacerle creer que seguirá sus instrucciones. Incluso, cuando Wers Anderson lo traiciona en la película -porque pienso que es el Director quien no le es leal a Chief en la cinta-, y decide bañarlo, volverlo blanco, ponerle el micrófono de Spots y asumir que ahora será él quien cuide de Atari, hay cierta dignidad de este perro que se mantiene hasta el final: a él se le consulta si quiere el nuevo cargo, anda por ahí explorando territorios posibles y nos recuerda de nuevo, lo que sabemos de él desde el inicio: él muerde, no saber por qué, pero tiene que ver con quién es. Imposible amaestrarlo del todo. Qué resistencia la de Chief. 

domingo, 27 de mayo de 2018

Elizabeth Costello en algunos cuentos morales

J.M Coetzee

Elizabeth Costello es una escritora; una mujer mayor creada por JM Coetzee que tiene vida propia. Ella, con toda la fuerza de la que es capaz, habla al lector acerca de sus viajes, de los encuentros con los seres humanos a lo largo de su vida; a través de estos encuentros nos muestra el reconocimiento del mal en el aleteo perceptible de unas alas al interior de cada uno de nosotros; ella nos habla y nos presenta el testimonio de su encuentro con las pulsiones; nos habla de las conclusiones de sus investigaciones acerca de la condición humana. Aparecerá por momentos en pequeños episodios de otros libros de Coetzee, como cuando en Hombre Lento, de repente reconocemos su voz. A veces me la imagino visitando a Coetzee, seguramente encontrándose en alguna librería en Australia. No sé si hablarían, más bien, a él me lo imagino contemplándola de lejos y a ella a punto de dirigirle la palabra. 

Hace unos pocos años, pude escuchar la lectura de La anciana y los gatos, en un auditorio de la Universidad Central, narrada por el propio Coetzee. Y es por ese episodio una tarde en el auditorio por el que pienso que ella tiene vida propia: el escritor leía un texto acerca de ella, pero cuando se refería a los diálogos y a los pensamientos, la voz no era la de él sino la de ella. En este relato, Elizabeth Costello debe recibir en su casa la visita de uno de sus dos hijos: ella, anciana, vive con Pablo -un hombre al que protege en su casa-, y se encuentra rodeada de gatos salvajes a los que alimenta. Su hijo, que la visita para hablarle de su vejez y de la pérdida de sus capacidades para vivir sola, se encuentra con una madre que sabe perfectamente a qué viene su hijo, y por lo tanto, decidirá que la conversación que puedan tener sea exactamente la que ella quiere plantear: la importancia de llamar las cosas por su nombre, la relación del hombre con los animales, la posibilidad de cuidar de un otro como un deber, la muerte y su presencia, la condición de cazador de los humanos, las tensiones entre el amor y el deber -en donde, para ella, el deber toma la delantera-. El hijo se va, ella no claudica. 

Y esto es precisamente lo que el lector puede encontrar en Siete cuentos morales de JM Coetzee: a Elizabeth Costello utilizándolo a él para que nos recuerde que ella seguirá hasta el final planteándonos sus reflexiones y discusiones acerca de los temas que ya nos había entregado en su libro. Que la podemos visitar de vez en cuando, y que la encontraremos certera, decidida, armada. Una escritora que no cede. El cuento contenido en el libro La anciana y los gatos se encuentra entre los relatos. Lo vuelvo a leer y vuelvo a recordar el episodio del auditorio de la Universidad: un hombre alto, canoso, que caminaba despacio con unas páginas en la mano, y que cuando comenzó a hablar ante el público, desapareció para que la señora Costello se tomara el escenario. 
Virus Tropical

Personajes de Virus Tropical

Comencé a leer Virus Tropical cuando me encontré las primeras entregas de la historia en una librería recientemente extinta de Bogotá. Después, siempre busqué en el stand de La Silueta en la Feria del libro, las siguientes entregas del relato. Me maravilló ver cómo Powerpaola narraba su vida a partir del recurso gráfico en estas entregas: la historia del encuentro de sus padres, sus primeros años en Quito, la relación con sus hermanas, su viaje y adolescencia en Cali, la vida de una adolescente que se enamora, que rompe con sus parejas, que va transformando su cuerpo, que va mostrándonos quién es ella y cómo elige ser. Después de Virus Tropical, entonces seguí buscando sus historias: la relación con Quique, que termina guardada en un siguiente libro; los caminos que ahora elige sola, el viajar, las nuevas exploraciones. Powerpaola se me volvió un personaje que me fui encontrando por ahí: en las entregas mensuales de una publicación cultural, en algunas entrevistas, en librerías de Buenos Aires al lado de las publicaciones de Liniers. Le sigo el rastro porque me gusta como narra la historia de ella, los pequeños fragmentos de los libros que se va encontrando, las salidas al cine, las preguntas que se hace. 

Este fin de semana decidí ir a ver Virus Tropical al cine -en uno de los dos teatros bogotanos en los que la están presentando-, una película de Santiago Caicedo en la que Paola Gaviria -Powerpaola-, está totalmente involucrada. Allí me encontré, encantada, con que la película se mantiene muy cerca de la historia de los libros que tengo conmigo: están los padres de Paola con sus hijas, viviendo la vida cotidiana de cualquier familia latinoamericana que intenta una convivencia que pueda contener los desbordes de cada uno de sus miembros; están sus hermanas mayores, cada una con sus marcas personales y sus elecciones en la vida; está la menor de las hijas, Paola, quien va armándose como va pudiendo en medio de Quito y Cali: en el colegio, en su casa, con los novios, con las cercanías y las despedidas en la vida. En todo caso, está la vida de una mujer que cualquier espectador podría encontrar cercana, como la amiga, la vecina, como sí misma. 

Virus Tropical, termina en la adolescencia de Powerpaola: ya pinta para ilustrar unas camisetas ecológicas por encargo, ya es reconocida por algunas personas por sus trazos, ya sale de su casa y del mundo de su colegio, a encontrarse con la calle y con la posibilidad de pintar en sus muros. Y cuando salí del cine tenía la sensación de haber reconocido en la película a este personaje que desde hace varios años sigo, a partir de sus orígenes. Ya vendrán nuevas entregas, confío: tanto de sus relatos e historias, como de este maravilloso escenario que encontró en el cine. 

domingo, 20 de mayo de 2018

En la Penumbra

Fotografía de el Director Fatih Akin y los actores de la película

Contra la Pared fue la primera película que vi de Fatih Akin; la manera en cómo lograba presentar el conflicto entre una pareja recién casada y conformada por una mujer turca y un hombre alemán me impresionó: allí estaban presentes las tensiones entre sus culturas, pero también las dificultades del amor, los cuestionamientos a la libertad que presenta la elección de permanecer al lado de alguien y las decisiones que en ocasiones van en contra de nuestros deseos más viscerales. Una película intensa y difícil. Después vi Soul Kitchen y aunque también la disfruté -algunos de los actores de la primera película estaban también allí-, sus protagonistas lograban atravesar de la mejor manera -incluso de forma más liviana-, las separaciones entre las personas y los nuevos encuentros. 
Hace algunos días pude ver por fin en cartelera En la Penumbra; y entonces me encontré de nuevo con una especie de sello de autor que tiene que ver con los temas que elige este director: la tensión entre culturas, el enfrentamiento del hombre con la sociedad, la historia que existe como telón de fondo en la vida de los protagonistas; las tragedias anunciadas, que nunca inician con ellos, sino que pertenecen a contextos más bien delineados y que tienen décadas de cobrar vidas y de crear nuevos enemigos, bajo los mismos presupuestos y justificaciones de siempre. 
La película inicia con el matrimonio de Katja y Nuri: esta ocurre en una cárcel en la que se encuentra Nuri -que traficó drogas-, y a la que Katja -a quien conoció cuando le vendía marihuana-, acude convencida y enamorada. Después de estas escenas, nos encontramos con la familia que han conformado con su pequeño hijo Rocco de 5 años: Nuri trabaja en una oficina de administración de impuestos -también es traductor- y Katja lo visita un día cualquiera, deja al niño con el padre y se dispone a encontrarse con una amiga para pasar el día con ella. Por la noche recogerá a Nuri y a Rocco para ir a la casa juntos.  
Pero la tragedia se anuncia cuando en la noche vemos el carro de Katja acercarse a algunas cuadras de la oficina de impuestos que administra Nuri y que ahora se encuentra acordonada y atestada de policías y un carro de emergencia. Ha explotado una bomba abandonada en una bicicleta, justo al frente de la entrada de la oficina; han fallecido un hombre adulto y un niño. 
La investigación inicia: ¿quién asesinó a la familia de Katja? Los familiares de ella opinan que "seguramente estaba implicado en algún negocio ilegal", los familiares de Nuri alegan: "¿podrán llevarse los cuerpos del nieto y el hijo con ellos, a otras tierras?", los investigadores se suman a la búsqueda de explicaciones: "¿Nuri pertenecía a algún grupo ilegal, tenía deudas con ex-socios, pertenecía a algún movimiento religioso?" "¿podría haber regresado al tráfico de drogas?". Pero Katja está convencida: fue un grupo de neo-nazis. Y rápidamente, las investigaciones le dan la razón. 
La desconfianza que genera el otro por el color de su piel, por sus facciones, por sus antecedentes -el expediente personal-, y más allá de eso, porque precisamente es el otro, es el móvil de esta película sobre la venganza. 
Pero también es una película sobre el sentimiento de impotencia, sobre la desolación, sobre las pérdidas irrecuperables. Y sobre el estado de penumbra en el que el espectador se puede sentir al salir de la sala de cine, ¿hay alguna esperanza en este mundo? 
Reencuentro

Bryan Cranston, Steve Carell y Laurence Fishburne

Hay algunas películas que no tienen el alcance y la difusión en la cartelera del cine comercial que se merecen. Hoy por ejemplo, encontré que solamente podría ver esta película en un teatro en toda la ciudad, ¿es que los primeros días en cartelera no tienen el rating que se merecen? ¿no interesan a los distribuidores? En todo caso, amigo lector, si tiene la posibilidad de encontrar Reencuentro, vaya a cine y véala. 
Se trata de una película de Richard Linklater, lo que ya nos cuenta qué podemos esperar: seres humanos que se encuentran ahora, pero que sus vínculos tienen historias que los acompañan hace varias décadas; que tendrán conversaciones en las que parecerá que todo se puede hablar de una manera causal y que se centra en sus vidas, pero que en realidad abordan entre líneas muchos de los problemas que tiene nuestra humanidad; seres humanos que pierden sus trayectos, que deciden tomar otros caminos, que en todo caso, recuperan algo que habían dejado olvidado hace algunos años. 
En esta ocasión, Doc -interpretado por Carell-, va en búsqueda de dos antiguos amigos -y que no ve hace décadas-, compañeros suyos en la guerra Vietnam: Sal (Cranston) -quien ahora es dueño de un bar con pocos clientes, que poco a poco ofrece menos servicios en el establecimiento por una decisión extraviada de su dueño-, y Mueller (Fishburne)-que ahora es un predicador religioso que se ha entregado a la palabra de Dios y que ha decidido olvidar su pasado-. Doc ha buscado a sus amigos para que estos lo acompañen a enterrar a su hijo quien también ha participado en una guerra: ha fallecido en Bagdad. 
Su cuerpo será sepultado en Arlington, dado que los Marines consideran que falleció como un héroe. Sí, ¿pero qué clase de héroe fue? ¿Cómo falleció? ¿quiénes estaban con él en ese momento?  ¿Hasta dónde la historia de su muerte, es la misma historia de las muertes de cada uno de los jóvenes que van a la guerra y que son devueltos a los familiares en ataúdes? Esta película es acerca de la importancia de saber la verdad, de conocer los acontecimientos que en efecto ocurrieron, que otro sea capaz de narrarlos, porque reconoce a los nuestros, porque fue testigo de sus vidas, porque no nos está contando una verdad prefabricada que no tiene sentido. 
Esta película es también la historia de una amistad entre personas que recorrieron en algún momento un tramo de la vida juntos; una historia de la que tan solo ellos pueden hablar, por eso, lo más importante es recuperarlos de nuevo:  para que el testimonio se acerque a lo que de verdad aconteció -ahora narrado desde los directamente implicados-.
Ojalá Linklater siga haciendo estas películas, ojalá las carteleras de cine comercial les den un poco más de horas de vuelo. 
                               Barranquilla 2132

Fotografía de José Antonio Osorio Lizarazo

El cuerpo de Juan Francisco Rogers es encontrado en un ataúd enterrado en la base de un edificio que al parecer, pertenece al año 1940. Ahora en el año 2132, en Barranquilla, algunos exploradores se encuentran perplejos con su cuerpo, y con una carta en la que el hombre recién descubierto les habla acerca de su experimento: se enterró de forma voluntaria esperando ser "revivido" varios siglos después, para así poder apreciar los desarrollos y cambios que el mundo habría podido experimentar. Él, por medio de un cuidadoso procedimiento sobre su cuerpo, logró conservar sus órganos en perfecto estado; y ahora, gracias a un método menor, podría recobrar su vida de nuevo y apreciar aquello que tanto anheló poder llevar a cabo. 
Y la perplejidad va más allá de los cambios tecnológicos que ahora encuentra en el año 2132: las personas ahora son nombradas con algunas sílabas de una combinación de su nombre y apellidos, la seducción entre hombres y mujeres no hace parte de las relaciones humanas deseables, actividades como comer en público son repudiadas por considerarse "sucias" y una pauta marcada por actividades y acuerdos racionales entre los hombres y su convivencia, parecen haber borrado del todo sentimientos como el amor, la ternura, el cuidado por los vínculos humanos, la perplejidad y la fascinación que producen las obras de arte. Los tubos, la energía, las ondas, el metal y la investigación en laboratorio son fundamentales para los hombres de esta época. 
Y es entonces cuando Rogers descubre que, a pesar de tantos cambios, algunos sentimientos humanos permanecen intactos: la venganza, el desprecio por la vida del otro, la capacidad de ultrajar y dañar. También permanecen la posibilidad de contarle a las personas, por medio de las comunicaciones, una historia de los últimos sucesos que -reales o no-, logran entretener y conmocionar, pero solo de forma efímera y pasajera. 
¿Valió la pena extender las posibilidades de la vida humana de Rogers hasta 2132? Ahora se encuentra, en una Barranquilla en la que solo reconoce sus bordes con el mar. 
Este increíble libro ha sido reimpreso de nuevo por Laguna Libros. Aplausos para los editores. 


sábado, 28 de abril de 2018

Los libros de la Feria

Desde que vivo en Bogotá, intento ir a la feria del libro todos los años. Y cada año pienso lo mismo: en la siguiente ocasión visitaré el lugar entre semana y no se me ocurrirá volver un domingo. Ya tengo suficiente con correr de un pabellón a otro en medio de la lluvia -porque todos los años llueve-, pero en la siguiente ocasión me ahorraré el tener que recorrer todos los pabellones repletos de personas, que en la mayoría de los casos están buscando los best-sellers del momento y que no están dispuestas a permitir que pueda ver con calma los estantes y vitrinas para encontrar algunos libros que estoy buscando. Aunque reconozco que una parte de mi exasperación tiene que ver con mis evidentes rasgos neuróticos, la otra parte en verdad ocurre así: el domingo, la feria del libro está llena y es muy difícil caminar por el lugar y poder sentirse en calma. 

Pero bueno, en esta ocasión puedo decir que obtuve pequeñas gratificaciones: como se imaginará el lector de este texto, la visité de nuevo un domingo. Tomé algunas precauciones; visité la feria desde las horas de la mañana, ubiqué algunos pabellones y editoriales que quería encontrar antes de iniciar mi recorrido e imaginé por dónde podría encontrarme con algunos amigos libreros que en todo caso, estarían dispuestos a ayudarme a ubicar mejor mis búsquedas. Y creo que en esta ocasión todo salió mejor. Dentro de mis momentos inesperados de la feria, puedo decir que una vendedora me ayudó a encontrar un ejemplar de un libro de Pedro Mairal, un autor argentino que no se consigue fácil en Bogotá, cuando ya estaba lista para darme por vencida -y seguramente visitar alguna librería en donde posiblemente pudieran encargarlo a la editorial-. Pues no. Ella lo buscó y me entregó el ejemplar. Y eso que se trataba del último intento que haría por encontrarlo allí -y sin ninguna esperanza, y más bien movida por la insistencia de mi hermana-.

Y es gracias a que me siento feliz de haber vuelto a la feria este año -porque también he pensado muchas veces que no volveré nunca; suelo visitar librerías, y no es que considere que la feria me permitirá acceder a algunos títulos que no puedo encontrar en ellas-, que quiero escribir sobre otras experiencias buenas que tuve este año allí: 

  • al fin encontraron los organizadores, un mejor lugar para las editoriales independientes. Muchos de los títulos que adquirí en la feria, los encontré en el espacio que dispusieron para las editoriales independientes: suelo visitar La Silueta y comprar el último libro que tengan de Powerpaola; en Laguna Libros compré títulos de Juan José Saer y Manuel Puig; en Gato malo terminé comprando a Ema y Juan; y ahí mismo conseguí un libro de Rafael Barrett que edita Animal Extinto. El libro de Horacio Benavides lo conseguí en Frailejón. Aplausos todos para las editoriales independientes, me parece que están asumiendo verdaderos riesgos con los autores y títulos que están presentando al público en primeras ediciones y reediciones ahora asumidas por ustedes. 
  • Acantilado, Anagrama y las posibilidades que presentan en sus títulos y colecciones para que más personas puedan acercarse a los libros: Andaba detrás de un libro de Teju Cole -ahí lo encontré- y otro de Richard Ford -que también lo tenían-. Pero además, las personas pueden encontrar literatura de muchos géneros, con algunas buenas promociones. 
  • Editorial Impedimenta: un lujo sus libros, las ediciones, las buenas traducciones y gracias por traducir del rumano al español a Cartarescu. Conseguí los títulos que me faltaban de uno de mis autores favoritos. 
Y bueno, ahí estaré el año entrante de nuevo. Seguro. 
Verano 1993

Fotograma de la Película: Frida y Ana jugando.

El fin de semana pasado fui a ver junto con mi hermana, la película Verano 1993. Nos encontramos con un fragmento de la vida de Frida, una niña de 6 años, que abandona el apartamento en el que ha vivido hasta ahora, en una ciudad, y se va a vivir a la zona rural con su tío, la esposa de este y su pequeña hija Ana. Lo intenso de la película se encuentra en que la narración de esta nueva vida - a los seis años, sin sus padres, y ahora con una pequeña Ana que insiste en contar a las personas con que se encuentra, que ahora tiene una hermana-, es que será contada desde los ojos de Frida. Con la ciudad que se abandona, la niña deja también la compañía permanente de sus abuelos maternos y sus tías para iniciar una vida en el campo, bajo los cuidados de un hombre amoroso, una pequeña que rápidamente la acepta en su vida, le dice que la quiere y está dispuesta a seguir todos los desafíos que Frida le proponga; y sobre todo con una mujer a la que llamará su "nueva mamá": Marga, la joven esposa de su tío, que de ahora en adelante se encargará de acompañar a la niña, de cuidarla e incluso de resistir si rendirse a permanecer a su lado. Y esta es precisamente la relación que más me conmovió a lo largo de toda la película. 

Frida recuerda a su "madre de antes". A pesar de no hablar mucho de ella sino hasta el final de la película, nos presenta la relación que las dos alcanzaron a tener: intenta vestirse como la madre, maquillarse como ella, e incluso recrear la relación que tenían, ahora convirtiendo a Ana en la hija que desea jugar con la madre -pero que recibe una negativa porque está cansada-, que atiende a la madre con la esperanza de la promesa del tiempo juntas -y que Frida recrea en las respuestas de una madre que no siente ánimo para jugar, que solicita de su hija cuidados que ella no puede dar-. Y se resiste a olvidarla en la rabia que expresa hacia Marga cuando ella quiere peinarla, pedirle que amarre sus zapatos, preguntarle por el paradero de Ana; cuando Marga intenta muchas veces que Frida se sienta a gusto con ellos y solo consigue que, con la visita de los abuelos, la niña quiera salir corriendo del lugar. 

Pero las dos se resisten a resignarse la una con la otra,  y poco a poco vamos entendiendo que Frida necesita a Marga viva: que se enfrente a ella, pero que también sea lo suficientemente contenedora como para acunarla cuando no puede dormir; que le demande que cuide de ella y de Ana, pero que también sonría y pueda jugar con ella. Y que sin insistir y sin presionarlo, esté lista para escuchar cuando Frida pueda preguntar por la forma en cómo ocurrió la muerte de su madre. Y si Frida llora sin saber por qué, que también entienda en silencio. Que le diga que estará presente, y que por ahora no tiene planes de morirse. 

lunes, 26 de marzo de 2018


Zama, de Lucrecia Martel

Fotograma de Diego de Zama, en la película 

Este fin de semana fui a ver "Zama" la película de Lucrecia Martel, basada en el libro de Antonio Di Benedetto. Esta película, nos cuenta la historia de Diego de Zama, un funcionario de la corona española, que espera la correspondencia en la que por fin, se le notifique de su traslado a otro territorio conquistado por España, pero en el que él pueda reconocerse desde referentes más comunes, más afines, más identificatorios. Se encuentra en el Paraguay desde hace algunos años: su esposa ya no ha vuelto a escribirle y solo se entera por otros que arriban al territorio, que sus hijos ahora están más altos. Zama espera la llegada de nuevos funcionarios que le puedan ayudar con mensajes favorables a su traslado, que imploren esta posibilidad por él, que lo saquen de estas tierras en donde además del aburrimiento y del tedio, no puede -o no quiere, o se resiste-, a adentrarse en el conocimiento más profundo de los otros, los ajenos que allí se encuentran: lo negro, lo indígena. De manera paulatina, Diego de Zama pierde las esperanzas de que el traslado soñado sea un hecho concreto, en un tiempo corto. Pero además se va despojando -y es despojado-, de algunos objetos y lugares que le han permitido conservar su lugar, su identidad, su estatus: su oficina es reducida a un lugar más pequeño, con los muebles apretujados; por una orden de "cepilleo" debe abandonar la casa en la que ha vivido el último tiempo, también sus muebles; su siguiente morada es un rancho a punto de caerse en el que él será el último huésped precisamente de esas gentes ajenas que parecen acecharlo y que tampoco se acerca mucho a él, tampoco sienten ningún deseo por conocer más de él. Es ahora el habitante de una casa que nadie quiere, que parece maldita, a la que nadie entra. 

Desconsolado y resignado, Diego de Zama se une a un grupo de expedicionarios que deben dar caza a un bandido que ha cometido saqueos, que ha roto el pacto con la corona; un hombre que, con una banda de compañeros, ha decidido hacerse rico con los tesoros que estas tierras salvajes puedan proveerle. El momento del desenmascaramiento llega, cuando Zama les comunica a los bandidos que aquello que están buscando, el tesoro de los cocos repletos de las piedras preciosas, simplemente no existe. Los cocos están llenos de baratijas sin valor alguno. Y es cuando decide expresarles su gran descubrimiento durante todo este tiempo en el territorio salvaje: al comunicarles que el tesoro no existe, les está quitando la esperanza y con este despojamiento, les está diciendo la verdad, algo seguro, algo que en efecto es así. Ya no tendrán que ir tras la búsqueda de algo que no existe, ya no tendrán que esperar más por un tesoro que no encontrarán. Porque no hay. Y esta es la verdad más importante que les puede enunciar, porque de ahora en adelante son libres de seguir otros caminos. 

Y es interesante entender, que lo más importante que podemos saber, es lo que no hay, lo que no está.  Lo que nos hace libres no es lo positivo que encontramos; es precisamente lo negativo, la no existencia, aquello que ya no se puede llenar ni completar de ningún modo. Y resignarnos, y quedarnos con la idea de un conocimiento ahora sabido, pero precisamente desde su no existencia. No hay nada más. Ahora, intenta lo que quieras. 

lunes, 19 de marzo de 2018

Una mujer fantástica

Daniela Vega en un fotograma de la película

Hay dos escenas que me parecen claves a la hora de entender "Una Mujer Fantástica", la película galardonada con el Óscar a mejor película extranjera en la última entrega de estos premios. La primera tiene que ver con una pequeña llave que se encontraba entre las cosas de Orlando -la pareja de Marina-, y que la conducen hasta los saunas que él frecuentaba. Una vez allí, Marina Vidal debe preguntar si este lugar es unisex: la respuesta es que no; las mujeres tienen acceso a algunos lugares específicos, los hombres a otros. Y ella, que es Marina, y que durante lo que va de la película ha debido enfrentar la mirada psicopatológica de todos los espectadores que la juzgan y que no entienden su relación de pareja, debe ingresar al lugar con una toalla, como se encuentran allí la mayoría de los hombres. Y es que es la única manera en cómo puede acercarse al locker de Orlando y abrirlo, para saber si allí él guarda algún secreto, de repente un mensaje para ella, un objeto que olvidó allí y que ahora le pertenecerá después de que la familia de este la ha despojado de todos los otros objetos materiales que podrían evocarlo a él. Pero no hay nada, solo un espacio negro. Los recuerdos de Orlando deberán ser buscados en la memoria de Marina, allí donde solo le pertenecerán a ella y a la historia de amor que vivieron juntos. 

Pero todavía se puede continuar luchando por Diabla, la mascota que su pareja le regaló y que estuvo acompañándolo a él desde varios años atrás: antes que Marina apareciera, cuando Orlando convivía aun con su hijo, con su anterior pareja, con su hija menor. Diabla vivió con Marina y Orlando hasta los últimos episodios de su vida juntos. Y es entonces cuando aparece la segunda escena que más me gusta de la película: Marina ya está dispuesta a seguir adelante con su vida, en un pequeño apartamento en el que convive con Diabla -que ahora le pertenece, a pesar de la resistencia del hijo mayor de Orlando-, y con algunos objetos más que ahora hablan más de ella y menos de Orlando: están los decorados del lugar que ella escogió, su capacidad de alimentar y cuidar de la mascota, sus atuendos listos para irse a presentar en un concierto en el que su maestro -que nunca la victimiza y que la espera allí para su presentación-, le recuerdan que las peleas que debe dar no han terminado. Y para descargar la rabia tiene también una pera de boxeo instalada en su nuevo lugar: porque sabemos que Marina es capaz de golpear, de pegar duro, de seguir cuidando de ella.  

Los viajes y las búsquedas

Fotogramas de Rose en "Un viaje Maravilloso" 

La película está llena de objetos por descubrir: la habitación de un niño que, en palabras de la madre, se parece a un museo; el interés de Ben -el niño-, por investigar acerca de su madre, para saber si a través de ella y con motivo de su último cumpleaños, podrá tener pistas para descubrir quien es su padre. La tarjeta que su madre tiene en su escritorio y en la que Ben encuentra un mensaje casi que personal: aunque todos nos encontremos en el lodo, algunos podremos ver las estrellas. También están sus sueños: en ellos, él corre para salvaguardarse de unos lobos. Al fondo, la voz de un hombre que nunca logramos ver, le  habla al niño mientras este corre para ponerse a salvo. Y también está el oficio de la madre, las ropas de la madre, el interés por los libros guardados en cajones a los que solo nosotros podemos tener acceso. Es allí, precisamente en el cajón privado de ella, en el que Ben encontrará las primeras pistas para adentrarse en un viaje hacia sus orígenes.  La búsqueda lo llevará a Nueva York. Es el año 1977. Y para poder ver él mismo lo que está buscando, tendrá que quedarse sordo.

Rose también irá a Nueva York en busca de su madre, pero durante el año 1927. Mientras la búsqueda de Ben lo llevará a entender los lazos ocultos que mantiene con su padre, Rose por su parte huye de su padre para reencontrarse con su madre, una actriz famosa. Ella también tiene su museo privado: consiste en recrear una ciudad de papel alrededor de ella, a partir de fragmentos y recortes de libros y revistas con las que va armando su propia ciudadela. Allí donde al fin estará con su madre, se encuentra con que la única alternativa que le queda será huir también de ella y esperar que su hermano mayor pueda encontrarle un lugar en su vida. Y entonces encontrará que sus orígenes siempre han estado con ella, y que su capacidad de creación le ha pertenecido desde el primer momento. Es su hermano Walter y la librería que este dirige, el escenario de todos los encuentros maravillosos que nos ofrecerá esta película. También la música que nos va narrando la historia de los dos niños y que nos habla por ellos;  los objetos y los libros que parece que nos fueran marcando un sendero por el que descubriremos que las cosas que necesitamos, las pistas para encontrar a los otros, siempre las hemos tenido alrededor. 

domingo, 18 de marzo de 2018

El Proyecto Florida

Bobby y Moonae en la película

Parece un documental al inicio, pero no lo es. Tal vez "parece" porque su Director Sean Baker logra que ingresemos a la vida de los personajes de "The Florida Project", casi como si estuviéramos viviendo en una de las habitaciones de este hotel color lavanda, que administra el único personaje capaz de acompañar y cuidar de manera muy sigilosa a cada uno de sus habitantes: Bobby -Willem Defoe-. Él cobra el arriendo, pinta el lugar, realiza los arreglos eléctricos, camina por los diferentes pisos del lugar, vigila cuidadosamente las noches mientras fuma un cigarrillo, protege a los niños de extraños que ingresan al lugar -y a quienes expulsa, porque siente que todos los habitantes del hotel y su bienestar están a su cargo, en cierta forma dependen de él-, y quien además es testigo de la vida de Moonae -una niña de seis años que juega con sus amigos por el lugar-, y su joven madre. Cuando el espectador ve la película y sigue los pasos de los niños jugando en lugares aledaños al hotel o en el edificio de varios pisos, tiene la sensación que, mientras Bobby esté presente, todos podrán sentirse resguardados. Y es así, en la medida en que él pueda contenerlos en este edificio que parece luminoso, que les permite permanecer allí, dormir, salvaguardarse del desastre. 

Y es que esta película nos recuerda la verdad acerca del Proyecto de ensueño: de la Florida del parque de diversiones que se sitúa a algunos metros de este hotel lavanda; del parque de sueños mágicos de Orlando en el que todos podemos tomarnos fotos y pagar costosas entradas por juguetes, espectáculos, por vacaciones de recién casados, por el cumplimiento de un sueño infantil al que queremos volver una y otra vez. Pero su contracara es precisamente este hotel lavanda: es el conjunto de casas vacías en el que nadie quiere vivir porque fue un expendio de drogas en algún momento, es la madre que trabaja en un restaurante y que guarda las sobras de los alimentos del día del establecimiento para entregarlos en bolsas a los niños y sus familias; es la madre que ingresa -tratando de pasar desapercibida-,  al hotel lujoso cercano a vender perfumes a los turistas que pueden pagar; es la supervivencia del día a día para lograr juntar el dinero que cuesta pasar una semana más en este hotel. Aunque sea engañando a los clientes que comprarán brazaletes y entradas caras para su esposa y sus hijos al parque de Orlando. Ellos -los que irán al parque-, tampoco son las mejores personas de la historia. Nadie tiene derecho a juzgar. 

Al final, solo queda correr: quedarse sin palabras porque no se puede explicar lo que está pasando, o tomar de la mano a alguien confiable para esconderse en el castillo de ensueño del parque; aunque sea por un instante. 

El lugar necesario, el personaje fundamental 

Michael Stuhlbarg en "Call me by your name" 

Tres de las películas que más me gustaron en lo que va corrido de este año, contaron con la participación fundamental del actor Michael Stuhlbarg dentro de su reparto. En ninguna de las tres ocasiones Stuhlbarg tenía el rol del protagonista, pero en todos los casos, su personaje era central en el desarrollo de la trama. En The Post era Abe Rosenthal, el Editor ejecutivo del New York Times que  ocupa el lugar del rival de la editora y el director del periódico que decide publicar los papeles clasificados del Pentágono. En esta película su rol corresponde al del editor firme, que va a la corte acompañado de sus rivales para defender la libertad de expresión y el lugar de la prensa como crítica, y como fuerza capaz de develar los secretos de la política y la posición ante la guerra que deciden las naciones. Se trata de un personaje presente, certero en las palabras que escoge, eficaz en la demostración de sus puntos de vista. Ahí está, cerca a la nominada al Óscar, Meryl Streep. 

Michael Stuhlbarg también está presente en el reparto de La forma del Agua, película galardonada como la mejor en la última entrega de los premios Óscar. En esta, su personaje es el Dr. Robert Hoffstetler, un científico que en realidad es un espía soviético que ayudará a Elisa y a Zelda en sus planes de huída de la planta nuclear con el anfibio humanoide que ha sido torturado y que será asesinado por sus custodios. En esta película, es el científico que debe preparar una fórmula que se disuelve en el agua y que permitirá que una vez el anfibio se encuentre en libertad -en la tina del baño de Elisa-, pueda sobrevivir en ambientes que le permitan continuar con vida, mientras busca el camino para sumergirse en el agua. No es el científico que pensamos que colaborará con los planes de escape; pero se opone a los mandatos de sus superiores y cuida, como los espectadores lo deseamos, de aquella forma que vino del agua. 

Y de forma magistral, Stuhlbarg es Samuel Perlman en Call me by your name, profesor de arqueología y padre de Elio, el adolescente de diecisiete años que se enamorará de Oliver, estudiante de posgrado del padre quien pasará las vacaciones en el norte de Italia como invitado de la familia del profesor. Esta película, ambientada en los paisajes rurales italianos y en pleno verano, nos sitúa en el ambiente en que irá surgiendo la historia de amor entre Elio y Oliver. Samuel cuidará de los dos y casi al final de la película, mantendrá una conversación definitiva con su hijo acerca de las elecciones vitales, de la posibilidad de guardar en la memoria las historias  de amor como fuerza y potencia para los caminos por descubrir, acerca del cuerpo y sus vicisitudes, acerca de los fragmentos del otro que ya nunca olvidaremos. Un padre que no es como los demás: eso le dice a su hijo en privado, una noche y con una copa en la mano. Y la relación de los dos permitirá la entrada de lo íntimo. La película ganó el Óscar a mejor guión adaptado, y de nuevo, Stuhlbarg estuvo muy presente. 

Creo que se trata de un actor fundamental, el que está en el lugar apropiado para que el efecto sorprendente, abrupto, emocional que las películas nos ofrecen, tenga lugar. Se trata del actor que en ninguna de las tres películas estuvo nominado o galardonado, pero considero que su elección fue definitiva para que los tres largometrajes nos entregaran algo de lo mejor de sí. 


domingo, 18 de febrero de 2018

"The Square" o nuestra farsa contemporánea de todos los días

Apreciado lector de un blog más en su vida: Si es capaz de ir a cine y decidirse a tolerar que una película le presente varias de las farsas más emblemáticas de nuestros tiempos condensadas en una película, vaya a ver "The Square". El director de cine sueco Ruben Östlund, le presentará un fragmento de la historia de un curador artístico de un museo de "arte contemporáneo" llamado Christian, quien ha decidido adquirir una obra de arte para el museo. La obra, que se ubicará en la plaza central de entrada al edificio del museo -y que hace necesario derribar una escultura de algún prócer emblemático de la historia de su país, para poder ubicarla justamente en la entrada de la edificación-, ha sido comprada a una artista latinoamericana que pretendía construir un santuario para la tolerancia en el que todos somos iguales, y tenemos los mismos derechos y libertades. Alguna pareja de "amigos del museo" -en todo caso europeos mayores, benefactores del arte contemporáneo-, han suministrado los medios económicos para este nuevo momento de la edificación: allí, el arte y los artistas contemporáneos encontrarán precisamente su santuario. Y Christian parece su guardián -además de mostrarnos la importancia que para él tiene el proyecto del arte que es capaz de incluirnos a todos, un lugar en el que todos podemos encontrarnos, podemos tolerarnos-. 

Esta es la intención explícita de Christian; el problema es que juega otro juego a lo largo de la película: maneja un Tesla, vive en un apartamento en el que no tiene cabida otro ser humano más que él -es un problema que sus hijas lo visiten y griten estando adentro-, se va de rumba con los europeos mayores benefactores a escenarios mas "contemporáneos" en donde el paisaje de él bailando con sus asistentes -muy jóvenes-,  y con los hombres y mujeres mayores que donan el dinero para sus proyectos en el museo termina incomodando; se acuesta con una periodista de arte americana que tiene por mascota un mono -y que según el punto de vista de él, no entiende nada de arte contemporáneo-; contrata una empresa de mercadeo para hacer publicidad joven y fresca de la última adquisición de arte contemporáneo para el museo -y la empresa es dirigida por un hombre muy mayor que llega a las reuniones con un bebé de brazos, que suponemos que es su hijo con alguna "artista contemporánea" muy joven, además de dos mentes brillantes de la publicidad que siguen estadísticas y analizan el comportamiento virtual de las personas para las campañas que desean diseñar-, organiza una cena en el museo y provee a los asistentes de una experiencia emocional directa y "vivencial" con el arte contemporáneo -y llegamos a uno de los momentos más incómodos de toda la película-, además de sentir miedo cuando debe alejarse de las cuadras de la ciudad en las que despliega su vida y visitar una zona de edificios en los suburbios, en donde seguramente viven, en cada apartamento, familias de ladrones pobres y violentos. 

Pero es precisamente Christian quien en un momento dado, deberá salirse de su propio cuadrado pequeño en el que ha vivido varios años de su vida: deberá entonces subir a sus dos pequeñas niñas en su carro -ahora golpeado-, y emprender otro viaje en el que no conoce las coordenadas y en el que no está seguro con qué se encontrará: ahora, despojado de toda la farsa de vida que tiene alrededor, seguramente lo que más tenga sentido sea intentar encontrar a un niño que le reclama que lo mire, que tolere su grito, que él no es un ladrón y que necesita que Christian le devuelva su dignidad ante los ojos de su familia. De nadie más. 


domingo, 11 de febrero de 2018


Cartarescu, otra vez....

Querido Lector: no nos conocemos personalmente, pero le puedo asegurar que si nos encontráramos alguna vez frente a frente, en algún momento de la conversación yo estaría pensando en uno de los libros de Mircea Cartarescu que he estado leyendo. Estoy casi segura que le hablaría de El Ruletista y la sorpresa que me llevé al leer por primera vez un texto de este autor: que él me instara a preguntarme por la vida de su personaje, y por la existencia que ahora cobraba de manera definitiva para mí. Le contaría que entonces me decidí a buscar todos los libros que encontrara del escritor en las librerías bogotanas. El siguiente que encontré fue El Levante, y entonces me aventuré de nuevo con la poesía -que me cuesta mucho trabajo- para descubrir que en un libro en forma de epopeya, podían convivir Mafalda, Borges, Sábato y un hombre que mecía una cuna de un bebé recién nacido en una cocina: con una mano hacía balancear el soporte con el niño, con la otra tecleaba esta travesía en un computador. Y se burlaba, y encontraba placer en los escenarios que estaba creando. Seguí entonces con El ojo castaño de nuestro amor, en sus páginas -y ahora en su vida y en la mía-, dos hijos juntaba sus cabeza con la de la madre; al acercar lo que más podían sus sienes, terminaban creando un único ojo para los tres, de color castaño, que ahora era en sí mismo el amor conformado por los tres que resisten y se tienen en ese pequeño grupo conformado por ellos, y que juntos conforman ese inmenso ojo castaño que ahora continúa acompañando al escritor -y también a mí-, por donde quiera que va. En mis búsquedas de sus libros, ahora leo Nostalgia. El prólogo del libro es El Ruletista -sonreí al encontrarlo de nuevo-, y luego aparecen un grupo de niños que deciden endiosar a uno de ellos que cuenta historias la mayoría de las veces inverosímiles -hasta que tarde o temprano lo bajan de los techos inmensos e inalcanzables desde dónde parecía que lo veían siempre- para seguir con un hombre que intenta recorrer sus pasiones durante la adolescencia: solo, acompañado, con rabia, desesperado, frustrado, como loco. Quisiera leer todos los días las páginas de este libro, encontrar el tiempo para seguirlo leyendo. Ya tengo Las bellas Extranjeras dentro de mis libros pendientes de estos meses, y lo tengo cerca de mí para recordarme que desde sus páginas, alguien me recuerda que la escritura no es solo un pasatiempo, que uno escribe porque no hay otra forma de resistir, que se llenan páginas de letras para no olvidar, para abrir un texto en la mente de los otros, para evocar en la memoria la vida, la capacidad de pensamiento y con este, la capacidad de creación. Que se escribe con el puño sostenido, hasta el cansancio, con tenacidad, porque no se trata de un pasatiempo nostálgico y muerto, se trata de la vida misma, de la forma de las cosas, del molde de uno mismo. 

domingo, 4 de febrero de 2018



Turismo Paralelo
Caminar por Estocolmo, andar por ahí, me hace pensar todo el tiempo en que yo estoy de paso. Los hombres y las mujeres muy altos, blancos, monos, de cuerpos delgados, apenas sonríen reconociendo mi “ajenidad”. Todos estamos cubiertos hoy de pies a cabeza con botas, bufandas y abrigos, porque amaneció helando. Ayer en la tarde salí de mi Bogotá hostil y lluviosa y hoy amanecí aquí, sin saber una palabra de sueco, pero con ganas de escapar del infierno de asfalto en el que se transforma la ciudad que habito, cuando ya siento que no tolero más su aire. Camino con un morral, una cámara fotográfica y un mapa de la ciudad que me dieron en el hotel. Turista total.
En las calles hay muy pocos carros de transporte privado; todas las personas caminan o toman el tranvía, el bus o el subway. Me subo al bus y nadie me pide el tiquete del pasaje: y yo esperando en qué momento se acerca alguna persona encargada a pedirme que le muestre la prueba  de que tengo derecho a estar allí. Nada de eso pasa. Todos tan tranquilos y desprevenidos con el que tienen al lado, y yo pensando que ahora estaría en Bogotá cuidando de las cremalleras de mi morral y mirando a la persona que viaja a mi lado, con cierta suspicacia. Por lo visto acá no hay infierno. 
El bus se detiene en el paradero del Museo de Arte Moderno: durante el día algunas personas me dijeron que debía visitarlo, que la exposición que tenían ahora, era impresionante. Y resulta que desde la entrada, al lado de la puerta del museo, como si se tratara de su guardiana, de la vigilante de su obra, de ella, encuentro erguida a la gran estructura de araña construida por Louise Bourgeois. Recuerdo el nombre del animal: “madre”, y no entiendo por qué sonrío. Al lado de ella – de la araña-, siento que debo mostrar respeto, entender que es más grande que yo, que su estructura me puede agarrar y envolver, que si pretendo dañarla ella me atacará primero. No hay salida.
Me apresuro a entrar al pabellón de la exposición como si quisiera más de ella. Y me encuentro con que la artista propone un viaje que siento que reconozco: la mujer que se va de la casa con una maleta y abandona todo cuando ya no aguanta más, la mujer-casa: un dibujo del cuerpo de una mujer que en vez de rostro tiene varios pisos de una vivienda repleta de enseres domésticos para hacer oficio. Me encuentro con una propuesta de envolturas-cuerpo de mujeres cosidas con diferentes telas e hilos en las que se resaltan las caderas, los senos, el pubis. Están expuestas y parecen llamar a la mano para ser acariciadas, para que toque y entre. Todas sin rostro. Y después me encuentro con el cuerpo de la mujer enjaulado, rodeado de barras de metal que no la dejan salir. Y ante tanto cuerpo femenino cosido, roto, reparado y expuesto, empiezo a sentir el mío que quiere ya salir del recinto. Cruzo mi mirada con una mujer sueca y las dos nos vemos sorprendidas. Sonreímos, seguramente por alguna especie de complicidad, de encontrar allí un referente que nos habla a las dos. Seguimos caminando juntas y comenzamos a buscar la Salida; vemos la puerta y nos apresuramos hacia ella. Pero antes de llegar, el último mensaje de la artista: una especie de cuadro-pañuelo que escrito en algún tejido de crochet, enuncia la siguiente frase: “Yo he estado en el infierno y volví. Y déjame decirte, fue maravilloso[1]”. O sea que también encontré el infierno en este país helado. Ya solo quiero caminar de nuevo por las calles y respirar el aire libre.   



[1] “I have been to hell and back. And let me tell you, it was wonderful”.